sábado, 25 de enero de 2014

Apocalipsis

La metáfora del lindo perro pulgoso. Érase una vez un perro lindo. Un animal feliz. Un can que se dormía junto al fuego. Un bicho al que su amo amaba. Y le rascaba el lomo. Y le daba la mejor jodida comida para perros del mundo. Pero un triste y lamentable día, al perro le encontraron pulgas. Y su amo, un tipo poco comprensivo con los parásitos, le dijo que, o se deshacía de las asquerosas pulgas, o lo sumergiría en ácido sulfúrico…

Las pulgas son la humanidad. El perro es Gabriel. Y el amo es un tipo muy poderoso. Un tipo que cada vez que le cuentan la teoría del Big Bang se caga de la risa. Yo soy su pluma. Existo para contar. Y esto es el principio del fin…

Gabriel está sentado en la mesa más alejada de la salida de emergencia. Es lo que tiene acabar de entrar. Bebe leche fresca. Medita en silencio porque cuando habla solo acaba discutiendo. El humo impregna cada átomo de nuestra ropa, haciendo imposible la visibilidad más allá de dos metros.

Los chicos entran en el bar atropelladamente. No los podemos ver pero Gabriel ha sentido ya su presencia. Huelen a muerte y a gasolina. El mayor de los 3 no tiene 19 años. Gritan riendo y ríen gritando. Uno de los camareros los envía a una mesa cerca de nuestro rincón. Gabriel bebe un sorbo de leche y se le dibuja un bonito bigote blanco. La suerte está echada y apesta.

Uno de los chicos nos ha visto y se acerca sonriente. Mirad, este imbécil está bebiendo leche, colegas. El “imbécil” levanta la cabeza. Gabriel no está de buen humor. Se levanta bruscamente lanzando la mesa al quinto coño, contando desde la izquierda de la barra. De un golpe tan seco como brutal, arranca el corazón del chico más cercano, que se derrumba sin vida.

Cuando el puñetazo de Gabriel impacta sobre el segundo chico, en el bar se oyen gritos de diversa consideración. Gabriel se acerca hasta la barra, donde sigue el quinto coño retorciéndose por el golpe recibido mientras un tipo calvo y con gafas de sol le mete mano. Gabriel agarra una botella de Anís del Mono en un claro homenaje a Darwin. Vuelve junto al chico que lleva meándose casi un minuto. La botella atraviesa el abdomen del joven hasta partirle la médula espinal. Es posible que le duela si tose. Pero cuando su cara choca contra el suelo, afortunadamente ya está muerto.

Gabriel ha dejado lo mejor para el final. Es un poco sádico. El tercer chaval, el que estaba recogiendo sus muelas por el suelo del bar se ha erguido tambaleándose. Gabriel le agarra la cabeza con todas sus fuerzas y lo prende como si fuera una cerilla. El chico grazna gritando o grita graznando durante unos segundos que se hacen interminables, incluso para gente con empatía laxa. Muere quemado vivo en poco más de dos minutos, después de provocar un incendio en el jodido bar. A estas alturas de los acontecimientos, podemos oír más sirenas que Ulises en toda su puta vida. Gabriel me hace una señal inequívoca cuando arranca una ventana de cuajo y la lanza sobre varios coches que estaban bien estacionados. Nos vamos…

- ¿Dónde estamos exactamente? – me pregunta.
– Estamos en Alcalá de Henares, Señor. Cerca de Madrid. En la calle 7 esquinas, concretamente – respondo sumiso tras consultar mi GPS.
– ¿Te apetece un bocata de calamares? – pregunta Gabriel.
– Me encantan los calamares, Señor…

Los gritos y las sirenas se alejan en la oscuridad de una noche con luna de sangre. No hay vuelta atrás. Las pulgas están jodidas. Bienvenidos al Apocalipsis…

viernes, 10 de enero de 2014

Carambola

Gabriel está sentado en una terraza, cerca de la Plaza Cataluña. Bebe Coca Cola a pequeños sorbos porque le divierte que las burbujas le hagan cosquillas en la nariz. Sabe que es un pasatiempos idiota para un ángel pero le importa un bledo. Coge la botella de vidrio y la lanza con todas sus fuerzas…

Pablo está muy nervioso. Lleva el cadáver de su esposa en el maletero. No para de repetirse que ha sido un accidente. Pero el golpe la ha mandado contra la mampara de vidrio y su nuca se ha roto. Él no quería matarla. Ha sido un jodido accidente. La botella aparece en su realidad atravesando el parabrisas y le da en toda la frente entre una lluvia de cristales. Pablo pierde el sentido y el control del coche. El orden de los acontecimientos poco importa…

Antonio espera el autobús mientras rememora su fantástico día, revisando las imágenes tomadas con el teléfono móvil. Le ha dado tantas collejas al gordinflas de Alberto que hasta le duelen las manos. Y lo tiene todo grabado gracias a sus colegas. Ya tiene otra cosa para colgar en la brutal colección de proezas que dan sentido a su blog. Apoyado en la cristalera de la parada, absorto en sus hazañas, no puede ver, ergo esquivar, el coche que se le viene encima…

Julia está metida en un lío monumental. Al final de la calle puede ver como mínimo dos ambulancias y un coche de la Guardia Urbana. Llama por teléfono a Pablo, pero Vodafone le informa que el terminal no está disponible. El carrusel de coches avanza con una lentitud exasperante. Cuando apenas se encuentra a cinco metros del accidente, su corazón se paraliza de terror. Sus ojos, vidriosos e incrédulos a partes iguales, ven cómo la mitad de su hermano Antonio está siendo reanimada sobre una camilla mientras que sus piernas yacen amputadas entre un mar de cristales rotos. Y grita horrorizada…

Paco y David llevan un vidrio de 3 x 2 metros que pesa un huevo y parte del otro. Normalmente la colocación de vidrios en el centro de Barcelona es jodida, pero hoy está siendo dantesca. Ha habido un accidente y no hay manera de acercarse con la furgoneta al local del cliente. A peso, transportan el vidrio entre la marabunta de gente hasta el comercio y, justo cuando van a meterlo dentro, se oye un grito aterrador que los paraliza, dejándoles atravesados en medio del caos…

Quique aprovecha tumultos para hacer su trabajo. Y los accidentes provocan mogollón de ellos. Hay una vieja curiosa con collares y abrigo de piel que podría tener algo de interés personal en el bolso. Quique se le acerca cautelosamente, agarra el bolso con fuerza y sale lanzado y lanzando a la anciana, que se golpea brutalmente la cabeza en su caída. Quique vuela entre la marea humana con su botín en las manos. El impacto contra el vidrio laminado de Paco y David es tan grande que su cabeza se abre como un melón…

Gabriel eructa. Se lo merecían, piensa. O ¿tal vez no? Probablemente sea cierto que nada es verdad ni nada es mentira, que todo es según el color del cristal con que se mira. Pero dejando a un lado la ética y la moral del asunto, la carambola ha sido de puta madre…